El Equilibrio de un Trapecista
*Relato corto originalmente publicado en el IE Humanities Awards Book 2017, y ganador del Tercer Premio en Relato Corto en Español en los IE Humanities Awards.
No puedes evitar seguir consultando tu reloj cada minuto que pasa; sabiendo que tu ansiedad, por sobre todas las cosas, no adormecerá con el paso del tiempo, ni con el caer de la tarde. Te entregas a la desesperación porque nada más te queda, y contemplas tus dudas: ¿qué significa la soledad del ser humano? Logras razonar e ignorar ese deseo de estar contigo y tus pensamientos sin desequilibirios.
Por un instante duermes, sueñas, y en tu sueño eres una trapecista balanceándote sola en una escalera de cuerda que parece estarse rompiendo por uno de los lados y necesitas a alguien que te sostenga; quizá a otro trapecista que te sujete por las manos y te haga saltar hacia su escalera, y se eleven juntos, rumbo al otro lado del circo. Pero no existe ese trapecista porque revisas ambos lados y no encuentras rastro de él ni de nadie que esté como tú, balanceándose indeciso y temeroso en el aire. Bruscamente, tu cuerda se rompe y caes a un abismo de características indefinidas y ya no eres ligera como cuando estabas en el trapecio; ahora eres pesada, agobiada, y ese público que te veía desde abajo ahora te mira desde arriba, con repudio. Has fallado. Despiertas.
Recuerdas que la realidad es que el desequilibrio está en el día a día y que no has logrado conocerte por completo y saber lo que de verdad deseas.
Terminas de vestirte y te miras al espejo con incredulidad y decepción. Piensas, ¿por qué no puedo equilibrarme y por qué me he convertido en un vano intento de coraje? Crees saber la respuesta esta vez, pero no la dices, ni siquiera la estructuras como una idea en tu cabeza, sino que la ignoras y continúas abrochándote los botones del abrigo que llevarás puesto al café.
Saldrás del edificio en el que vives, y no respetarás las luces en rojo de los semáforos, ni a aquellos que también andan apresurados. Sentirás un calor penetrante que no te permite respirar tranquilamente y que te aturde, obligándote a sacar el abrigo y lucir frente a todos ese vestido rojo que te has colocado. Has olvidado hacia dónde te diriges ya que en tu cabeza solo existe una idea: escapar cuanto antes. Así que te apresuras, aceleras el paso y mientras lo haces te sueltas el pelo, te sacas los zapatos, abres bien los ojos y entonces lo ves: es el puente de madera que deja correr por debajo a un furioso y salvaje río ruidoso al cual sin dudar te arrojas, como una trapecista, y sintiéndote fresca, te dejas llevar por la corriente y por ese sonido de las criaturas marinas, que te aclaman, te aplauden y te susurran que finalmente lo has logrado.